Pedro dice ¿que es eso del sebastianismo?
es el movimiento emocional de un pueblo que adoraba a su rey y cuando desapareció tras la terrible batalla de Alcazarquibir tenía la necesidad de su supervivencia. Esta necesidad y su paralela esperanza se agudizó tras la invasión y conquista de Portugal por Felipe II y la pérdida de la independencia.
Historia de Don Sebastian
¿pero tenía algún fundamento la creencia de que D. Sebastián no murió en la batalla?
Hoy día hay evidencias incuestionables. ¿porqué los autores durante siglos han ignorado esas evidencias?
La razón es muy sencilla: Hubo tres personas que dijeron ser el rey D. Sebastián. Dos de ellas fueron fácilmente desenmascaradas en su impostura y ejecutadas, pero una de ellas, el llamado pastelero de Madrigal, ese sí era el autentico rey y su juicio fue un autentico crimen de estado cometido por el rey Felipe II contra su sobrino al que acabó ejecutando. La propaganda del Estado español funcionó bien ya que asimiló el caso del verdadero rey con los otros dos de los impostores y para evitar que se pudiese estudiar con detenimiento el proceso lo declaró secreto de estado y materia reservada con lo que ha estado clausurado en el archivo del Estado español de Simancas hasta mediados del siglo XIX.
Dice Pedro ¿cuales son esas evidencias que dices son incuestionables de la supervivencia del rey tras la batalla de Alcazarquibir?
PRUEBAS DE LA SUPERVIVENCIA DE
D. SEBASTIAN TRAS LA BATALLA DE
ALCAZARQUIBIR
Existen pruebas de
todo tipo que demuestran no solo que D. Sebastián no murió en la batalla de
Alcazarquibir sino que posteriormente cayó en manos de su tío Felipe II y que éste
tras un infame proceso le asesinó.
Las pruebas son de todo tipo: relatos de historiadores de la época
como el que hace Cabrera de Córdoba y los más importantes, los documentos del
proceso al llamado “pastelero de Madrigal” que se conservan en el Archivo de
Simancas que estuvieron clausurados como
secreto de Estado por orden de Felipe III hasta mediados del siglo XIX. Hubo también tres breves
pontificios por los que tres papas ordenaron a Felipe III y Felipe IV la
devolución del reino de Portugal a D. Sebastián o a sus sucesores. Los Pontífices Clemente VIII y Paulo V
promulgaron dos breves pontificios conminando a Felipe III a devolver la Corona de Portugal al rey D. Sebastián o a sus sucesores.
De igual modo Urbano VIII promulgó un
breve contra Felipe IV en idéntico sentido. Estos breves demuestran que la
Santa Sede conocía la existencia de D.
Sebastián tras la batalla de Alcazarquibir y que estaba perfectamente informada
del crimen cometido por Felipe II.
Empezamos este
compendio de pruebas con el relato que hace el historiador de Felipe II Cabrera
de Córdoba al contar la respuesta que el virrey de Portugal el Archiduque
Alberto de Austria hizo a su tío Felipe II cuando éste le preguntaba por la
situación en Portugal:
“Decían
que D. Diego de Soussa, caballero principal, general de la armada, con que pasó
el Rey en África, se levantó con toda ella en el mismo día de la batalla, al
punto que en la capitana se embarcaron tres hombres que decían ser uno de ellos
D. Sebastián, y vino a Portugal, y no lo hiciera dejando a su Rey en tierra de
enemigos perdido con su exército, sin coger la gente, y por esto no le castigó
el Rey, y decía, poniendo el dedo en la boca, “Hice lo que no podía decir, ni pude dejar de hacer”
Este relato que hace Cabrera de Córdoba es muy importante ya que el almirante
Sousa conocía perfectamente a D. Sebastián por lo que ningún caballero podría
hacerse pasar por el Rey y si Sousa levantó la flota es por tener plena
seguridad en que llevaba a D. Sebastián a bordo. “Hizo lo que no podía decir”,
es decir zarpó con la flota camino de Portugal y no lo podía decir por haberle
exigido D. Sebastián un total secreto pues estaba avergonzado por la derrota.
“Ni pude dejar de hacer” No tuvo más remedio que zarpar con la flota si D,
Sebastián se lo había ordenado.
Si no fuese por ese motivo habría sido juzgado de traición al llegar a
Portugal y haber abandonado en África a su rey
y al ejercito. El nuevo rey de Portugal, el cardenal infante D. Enrique
al estar bien informado por el almirante Sousa de la existencia de D. Sebastián
a bordo y de su negativa de afrontar públicamente la vergüenza de la derrota
ante su pueblo viviendo encubierto y como hombre bajo, no solo no castigó al
almirante sino que dilató y murió sin haber nombrado heredero pues sabía que su
sobrino nieto vivía y acabaría manifestándose. Esta sería la causa por la que D. Enrique no
nombró heredero del reino como le pedían todos los que le rodeaban y que tanto
intrigó a todas las cortes europeas que no se explicaban la negativa del rey
cardenal a otorgar testamento y acabar ya con la incertidumbre de quien sería
el sucesor.
Pero Cabrera de Córdoba continúa su relato diciendo:
A los tres o cuatro meses de la batalla Dª Francisca Calva,
mujer de
Cristóbal de Tabora, en la torre vieja de la otra parte de Lisboa donde moraba,
dio al licenciado Mendez Pacheco, médico y cirujano, cincuenta cruzados, con
que fuese guiado a curar un herido, que señaló ella por el Rey D. Sebastián, en
una casa pajiza, en la sierra del Carnero, entre Oporto y Guimaraes, y le curó una llaga en una pierna, estando en
la cama, cubierto el rostro con un antifaz de tafetán, y le asistían cuatro
gentilhombres.
Precaución inútil
la del antifaz puesto que Dª Francisca
Calva ya le había dicho al darle el encargo, que iba a curar al Rey D.
Sebastián.
Cuando el médico
volvió a Lisboa y contó lo ocurrido el revuelo fue enorme y le condenaron a
galeras. De este castigo le libró Felipe II bajo
un pacto de
silencio.
En este relato que hace el historiador de Felipe II Cabrera de Córdoba
contando la información transmitida desde Lisboa por el archiduque Alberto a su
tío Felipe II muestra la evidencia existente para todos de la supervivencia de
D. Sebastián tras la batalla.
Este relato lo comienza el historiador diciendo:
“descansaba
D. Felipe en Madrid, y reforzaba la salud para continuar en el gobierno de su
monarquía, y los negocios retardados por su ausencia despachaba con
satisfacción general, y los de Portugal no le daban poco cuidado por algunos
avisos. Receloso escribió al Archiduque Cardenal le avisase el estado en que
los ánimos de los de aquella nación estaban. Respondió eran sus pláticas de
esperar a D. Antonio con deseo, y le daban color con volver hablar en que el rey D. Sebastián era vivo, y que había de venir, y aún decían estaba
en Lisboa escondido con algunos caballeros de los que se hallaron en la
batalla, esperando la armada para manifestarse con su ayuda. ....
Esta opinión traía origen desde la entrada a reinar del
Cardenal D. Enrique, y esforzábala el no poder sufrir que su nación y reino
hubiese de venir en poder del rey D. Felipe, su heredero lexítimo y natural
señor.
A continuación
relata el suceso anteriormente descrito del Almirante D. Diego de Sousa y la
cura que hizo el médico judío a un hombre con antifaz
El cronista Fray
Bernardo de la Cruz
que acompañó la expedición africana, nos dejó el siguiente relato:
“El Rey, cuando se vió libre de las manos de aquellos
paganos, dio en andar para detrás y se fue saliendo del campo y de la batalla…”
y añade: Luis de Brito volviendo los ojos para el camino que el Rey tomara lo
vio ir un pedazo desviado, ya sin haber moro alguno que lo siguiese, ni
aparecieran otros delante que lo pudiesen encontrar, para impedirle el camino
que llevaba, que era muy distante del lugar a donde después decían que lo
hallaron muerto”
Por eso la familia
Brito no aceptó nunca a Felipe II como rey de Portugal, pues sabían que D.
Sebastián vivía.
El Rey D. Sebastián
contaría más tarde que, estando herido, conseguiría salvarse acompañado por D.
Jorge de Lancaster Duque de Aveiro, por D. Francisco Coutinho Conde de Redondo, por D. Diego da
Silveira Conde de Sortélha, por
Cristóbal de Távora y por otro hidalgo; que embarcara en un navío surto en
Arzila que lo condujo al Algarbe; que no quiso darse a conocer “por costarle
más la afrenta de la derrota que la pérdida del Trono, teniendo resuelto
recorrer el mundo con sus compañeros”.
Cuenta también la
historia relatada por Cabrera de Córdoba de la cura que le hizo el doctor
Mendes Pacheco añadiendo que tenía una herida infectada en la pierna derecha y
que el tratamiento duró quince días.
Este relato que hace en Venecia Marco Tulio
Catizone cuando suplanta la personalidad de D. Sebastián al saber que éste ha
muerto, coincide con la información que el Archiduque Alberto había enviado a
Felipe II y que relata Cabrera de Córdoba. Esta es una prueba más de la supervivencia de D. Sebastián tras la
batalla pues Marco Tulio Catizone no podría saber el hecho de la cura en la
herida de la pierna si no se lo hubiese contado D. Sebastián durante su
estancia en Roma. Este hecho relatado por dos personas
diferentes en dos lugares distantes, el Archiduque Alberto escribiendo a su tío
Felipe II desde Lisboa y Marco Tulio en Venecia constituyen una prueba
irrefutable de la supervivencia de D. Sebastián.
D. Jerónimo de
Mendonça refiere en su “Jornada de África”, en el Libro II, capítulo II, que en
la noche de la derrota, a altas horas de la noche, tres o cuatro caballeros se
presentaron en la puerta de la plaza (de Arzila) pidiendo les diesen entrada. El terror de la pequeña guarnición era tal,
que se negaron a recibirlos, como si las huestes enemigas viniesen con los
fugitivos y como temían una celada de los moros se negaban a darles entrada. Entonces uno de los caballeros dijo que venía allí el Rey. Entonces se
abrieron las puertas con alborozo y entró un caballero embozado seguido a
respetuosa distancia por los demás caballeros. A la mañana siguiente vinieron a
visitarlos en la casa donde se alojaban el capitán de la plaza Diego de
Mesquita, y el corregidor Diego da Fonseca. Dice Jerónimo de Mendonça que al
ver que allí no estaba el rey y que los caballeros como disculpa dijeron “que
no habían dicho que venía el Rey allí sino que venían de donde el Rey estaba”
Dice que fueron severamente reprendidos y que embarcaron de noche en uno de los
galeones.
La historia no se sostiene ya que el Rey era
bien conocido para que nadie se hiciese pasar por él, pero era necesario tapar
bajo siete llaves cualquier esperanza que pudiese tener el pueblo sobre la
supervivencia del Rey.
Después se puso en
marcha la propaganda oficial española para acallar cualquier esperanza, así en
1606 el historiador español Antonio de Herrera no solo repite la historia sino
que da el nombre del caballero que se hizo pasar por el Rey D. Sebastián
diciendo se llamaba Diego de Melo.
Desde el primer momento la propaganda oficial de los reyes de España funcionó a
la perfección. Lo que no podían prever es que el mismo D. Sebastián contaría la
historia con todo lujo de detalles a su amigo y agente romano Marco Tulio
Catizone, lo que constituye una prueba irrefutable de la verdad del relato al
coincidir el relato de éste con el que había hecho el archiduque Alberto a su tío
Felipe II.
Una vez curado,
desde la sierra del Carnero donde le curó el doctor Mendes Pacheco y se repuso,
marchó a Coimbra a devolver la espada del Rey D. Alfonso Enríquez, que por
haberla olvidado en la nave no se perdió en la jornada de África. Este dato es
otra prueba más. El almirante Sousa no habría permitido que un extraño que no
fuese el rey se llevase la espada olvidada en la nave de D. Alfonso Enríquez.
No podía impedir que se la llevase el Rey D. Sebastián.
Felipe II sabía por
el Duque de Medinasidonia que
D. Sebastián vivía y después le fueron llegando noticias desde Lisboa de su
sobrino el Cardenal Alberto de Austria donde estaba de Virrey, de sus
embajadores en Roma y sus espías en la
Curia de los pasos que daba su sobrino, con lo que vivió con
esa pesadilla hasta que casualmente, años más tarde, caería en sus manos y podría asesinarle para
que nadie se atreviera a disputarle la pacifica posesión del reino.
El proceso del llamado “pastelero de Madrigal” se inicia cuando el rey D. Sebastián que vivía
encubriendo su nombre y personalidad, bajo el nombre de Gabriel de Espinosa y
de oficio pastelero, es detenido en Valladolid al llevar consigo joyas valiosas
que le había dado Dª Ana de Austria, monja de convento de Madrigal de las Altas
Torres. Gabriel de Espinosa explica al juez Santillán que le ha detenido que
las joyas son de Dª Ana y que se las ha dado para su restauración. El juez
escribe a Dª Ana preguntándole si era verdad lo que le había contado el hombre
al que había detenido y en tanto llegaba la respuesta le dejó en prisión. Antes
de llegar la respuesta al juez de Dª Ana, le llegan al preso varias cartas de
Dª Ana y del capellán del convento donde vivía Dª Ana, fray Miguel de los
Santos, que era portugués y había sido predicador de D. Sebastián.
Las cartas recibidas dejan al
juez Santillán asombrado pues se dirigen al pastelero dándole el tratamiento de
Majestad.
La carta del fraile Fray Miguel de los Santos, es de enorme importancia pues ha sido escrita
antes de iniciarse el proceso y por tanto es un testimonio espontáneo, es
importantísima por las cosas que dice y cómo las dice. La carta está dirigida a
un Rey al que se idolatra, no es la carta dirigida a un impostor, la impresión
que se extrae de su lectura es su tono de sinceridad y cariño con que están
escritas. Van dirigidas a un rey al que se tiene
adoración, y se le dan detalles sobre las personas queridas y desde luego no es la carta que se
dirige a un cómplice de una impostura de tal naturaleza. Veintitrés veces le da
en la carta el tratamiento de majestad, lo cual sería absurdo si se tratase de
un cómplice en una impostura. La
frase “para servir a quien tan
tiernamente amo” y la de “Rey mío y
señor mío” son expresiones sinceras de cariño y respeto escritas con toda
la espontaneidad de un correo privado que en principio solo debería leer el
interesado.(Simancas, legajo 172,001)
En la carta se da un dato importante y es al mal por hacérselo a los
caballos y tener falta de costumbre. Era bien sabido la habilidad de D. Sebastián para domar caballos y el fraile le hace ver que
llevaba tiempo sin hacerlo y de ahí la falta de costumbre. También se lamenta
de la envidia que le da esa gente de Burgos “el día de los caballos”.
No cabe poner en
duda su sinceridad y por lo tanto que están dirigidas al auténtico Rey D.
Sebastián pues es impensable que un impostor hubiese engañado a Fray Miguel que
había tenido un trato asiduo con D. Sebastián y le conocía perfectamente.
Hay pruebas que son
irrefutables y esta es una de ellas al igual que es otra prueba la que el
almirante Sousa se levantase con la flota al entrar en ella D. Sebastián, o que
Marco Tulio dijese en Venecia lo mismo que el Archiduque Alberto le escribiese
a su tío Felipe II desde Lisboa.
A lo largo del proceso tanto el capellán como D. Sebastián esperan se
proceda al reconocimiento del preso. Había muchas personas vivas que habían
conocido a D. Sebastián luego la forma más sencilla de conocer la verdad y
saber si era un impostor o el verdadero rey era proceder a un reconocimiento
del mismo por personas que conocían al rey.
El capellán Fray
Miguel de los Santos pide que se proceda al reconocimiento, D. Sebastián confía
plenamente hasta el momento de su muerte que su tío mande a alguien a
reconocerle. Esto seria absurdo si ambos hubieran fraguado una impostura de
este calibre. El juez Santillán pide también al Rey que se proceda a reconocer
al preso.
El único que no consiente en que se haga el reconocimiento es Felipe II pues
sabe que le costaría un reino .
El juez Santillán juega fuerte su baza. Ya ha
dictado sentencia contra el preso e intenta en un último extremo presionar a su
Rey para forzarle a una respuesta negativa y por tanto muy evidente y
comprometedora en relación con el reconocimiento del preso. De esta forma estima
que el Rey le tiene que quedar más agradecido por su colaboración en el crimen
que quiere demostrar conoce perfectamente el Rey. Así en la carta de Santillán al Rey de 15 de
julio de 1595 dice:
“…se podría hacer con Espinosa una diligencia
muy breve y muy sustancial, que es ver
si se le reconoce entre 4 o 6
personas, porque, como di cuenta a VMgd. por carta de 7 de marzo, confiesa
Espinosa que Fray Miguel le advirtió que se compusiese y mesurase porque de
Portugal habían venido a reconocerle y que así lo hizo, y después acá dice
Espinosa que conocerá al hombre que le vino a reconocer, y con esta diligencia
quedará convencido Francisco Gómez para confesar la verdad aun sin tormento.
Y antes de hacer nada con Espinosa me ha parecido dar
cuenta de esto a VMgd., y cuando el presidente de Castilla me escribió por
carta de 6 de este mes que VMgd .mandaba que no se hiciese nada con Espinosa
entendí que se había reparado allá en esto y en hacer esta diligencia que es de
tanta consideración, y así, hasta advertir de esto, no he querido hacer nada
con Espinosa; VMgd. será servido en mandar lo que se ha de hacer.
La respuesta de Felipe II no se hace esperar y contesta:
He recibido vuestras cartas de
15 y 16 de éste con los papeles que en ellas se acusan, y, no obstante lo que
apuntáis a propósito de carear a Francisco Gómez con Gabriel de Espinosa antes
de proceder adelante con él, conviene
que sin ninguna dilación pronunciéis y ejecutéis la sentencia que tenéis ordenada, pues lo principal de que se ha de
pender lo de Francisco Gómez es el cargo que se le ha de hacer a Fray Miguel de
los Santos, y él queda por sentenciar
Esta carta
constituye la prueba evidente que buscaba el juez Santillán de la prevaricación
del Rey y la obtuvo esperando en consecuencia un gran premio, premio que
esperará hasta el final y que pedirán abiertamente tanto él como su esposa pero
que no conseguirían pues Felipe II comprendió perfectamente que si le daba la
encomienda pedida era como pregonar a los cuatro vientos que le estaba retribuyendo
por el reino usurpado que el juez Santillán le había regalado en bandeja.
Felipe II ha comprendido perfectamente las
intenciones del juez Santillán al forzarle a decir por escrito que no se efectúe el reconocimiento y se
ejecute la sentencia. Su venganza, implacable como siempre, en una persona
de su talante soberbio y orgulloso consistirá en dejar sin el premio prometido
al juez Santillán que morirá poco después suplicando le den el premio que le
habían prometido.
Al día siguiente de la ejecución del Rey D. Sebastián, el dos de
agosto de 1595, el juez Santillán escribe al conde de Castel-Rodrigo, el gran
traidor, Cristóbal Moura diciéndole:
“Por la carta de su Majestad,
verá Vuestra señoría de lo que le doy cuenta, y sólo digo que, viendo que la resolución
de hacerme merced se dilata, y parece que era ya tiempo de hacérmela, me ha
parecido suplicar a Su Majestad me haga merced de mandar se me dé el salario
ordinario, cuando mis servicios no merezcan más que esto, no desmerecen lo que
ordinariamente se les da a todos los alcaldes, y con todo eso estoy tan
confiado de la merced que Vuestra Señoría me hace, que no sólo me hará Su
Majestad esta merced, sino que me hará
otras mayores, como yo lo espero y
todo el mundo lo entiende.
Estaba claro que el juez
Santillán esperaba mercedes mayores y que todo el mundo entendería el porqué se
le hacían dichas mercedes.
Pero hay más pruebas del crimen cometido. En el siglo XVI, las clases
sociales, igual que ahora, están perfectamente diferenciadas. Un miembro del estamento noble o de la realeza puede disfrazarse y
hacerse pasar por villano u hombre bajo, pero no al revés.
El caso contrario,
el de un hombre bajo que se disfrazase de gran señor es totalmente impensable
pues sería reconocido en el acto al no saber comportarse como tal.
En el caso de D.
Sebastián hay dos personas relevantes que descubren y no lo ocultan que bajo el
disfraz de cocinero o pastelero se esconde un gran señor, y son el banquero de
Medina Simón Ruiz y el hermano del juez Santillán, D. Diego de Santillán.
El banquero le
envía a diario a la prisión la comida a D. Sebastián en platos de plata.
El banquero es un hombre de mundo que no se deja engañar por las apariencias y
ha reconocido en el preso a un Rey que en el futuro, si recupera su reino,
puede ser un buen cliente.
D. Diego de
Santillán el hermano del juez, ha sido comisionado por éste para trasladar al
preso de Valladolid a Medina y tras el viaje escribe una carta a su hermano
desde Medina el 20 de octubre de 1594, en donde le relata los pormenores del
viaje y en donde le dice:”Y de todo este
tiempo que le he hablado, prometo a
v.m. que en mi vida vi hombre que más pareciese hombre principal, aunque él
procura hacerse harto pastelero. Hoy
me ha dicho que aunque sea para cortarle la cabeza desea ponerse a los pies de
su magd. Y que esto yo lo procure, porque con esto redimiré un alma que está en
camino de perdición”
Estos dos
testimonios son concluyentes. Ni
Simón Ruiz ni D. Diego de Santillán se han dejado engañar por el disfraz del preso
y ambos reconocen por sus actos y escritos
que se trata de un rey, pero D. Sebastián tenía un altísimo concepto de
la corona y de la nobleza.
La realeza, como
cabeza de la nobleza era por tanto, la más obligada, pero además era la
representación de la Nación,
era la bandera viva de Portugal y por lo mismo antes se dejaría matar que
mancillar el honor suyo como rey y el de Portugal. Prefiere una muerte
deshonrosa con la que castiga su pecado de soberbia antes que descubrirse y
humillar a su reino.
Él había jurado vivir como
hombre bajo durante veinte años y cuando intentó ante la Santa Sede que le
levantasen el juramento hecho, la Sede Apostólica se lo negó por motivos puramente
políticos para no indisponerse con España. Le faltaban, por tanto, tres años
para terminar su voto. No podía descubrirse sin cometer
perjurio. Su formación religiosa se lo prohibía. Antes estaba la salvación de
su alma que su vida. Un reino valía menos que su condenación por perjurio. Su misticismo exacerbado le duraría hasta el
fin de su vida pues él no podía desobedecer a lo ordenado por dos Sumos
Pontífices Gregorio XIII y Sixto V. Esto lo sabía muy bien Felipe II y sus tres
perversos y astutos consejeros los dos Idíaquez y el traidor a su Patria y a su
Rey Cristóbal Moura
.
No obstante no quererse declarar, D. Sebastián deja a la posteridad
una pista que constituye una prueba irrefutable sobre su identidad que consiste
en su firma
en el proceso, firma que llena de
indignación a Felipe II y que dice:
YO
REY PRESO QUE NO ESPINOSA
Después de la firma
rubrica con la misma rúbrica que existe en numerosos documentos firmados
durante su reinado. Con esta firma deja dicho a la posteridad que él no es un
impostor llamado Gabriel de Espinosa, sino un Rey encubierto que se haya preso.
Arriba firma del Rey D. Sebastián al pié de su
declaración en la prisión . Abajo, su firma en un documento de Estado años antes cuando aún
ejercía como Rey de Portugal. Como puede observarse las rúbricas de las firmas
son idénticas a pesar de los años transcurridos y de las espantosas
circunstancias en que firma en la prisión.
A la ejecución de D. Sebastián acudió enorme multitud atraída por la
curiosidad y el posible espectáculo de ver manifestarse públicamente al preso a
quien el rumor generalizado daba por ser el Rey encubierto D. Sebastián. Los
únicos que no acudieron a la ejecución fueron los miembros del concejo
municipal de Madrigal que dimitieron colectivamente para, así, mostrar que
ellos no estaban de acuerdo con la sentencia y consideraban que se iba a
cometer un crimen de lesa majestatis al ejecutar a un Rey, ungido de Dios.
Por último quedan los
testimonios de los tres breves pontificios. Cuando D. Sebastián se cansó de
vivir como hombre bajo viajó a Roma para que la
Santa Sede le dispensara del voto hecho de
vivir veinte años de esa forma tan humillante para él.
En Roma tiene el apoyo del cardenal Alejandro Farnesio tío carnal del duque de Parma Alejandro Farnesio, primo
hermano de D. Sebastián y casado también con una prima hermana del Rey D.
Sebastián, la infanta María de Portugal. Estos le ponen en contacto con un
joven italiano muy introducido por su simpatía e inteligencia en la Curia romana, y este joven
Marco Tulio Catizone, se convierte desde entonces en el agente romano de D.
Sebastián.
El Papa, cuando en 1585 D. Sebastián acude a él en Roma, ordena se le
someta a un minucioso reconocimiento. El reconocimiento empieza por las
dieciséis señales físicas que le caracterizaban
y no tiene más remedio que descubrir su
cuerpo ante el examen de los miembros de
la Curia, él que jamás había permitido que ningún
ayuda de cámara le ayudase a vestirse ni le viesen siquiera los pies descalzos.
Las dieciséis señales físicas que caracterizaban a D. Sebastián eran:
1ª La mano derecha más grande que la izquierda.
2ª El brazo derecho más largo que el izquierdo.
3ª El cuerpo, desde las espaldas hasta la cintura, tan corto que su
jubón no podría servir a nadie de su misma talla.
4ª Desde la cintura a las rodillas era muy largo.
5ª La pierna derecha más larga que la izquierda.
6ª El pie derecho más grande que el izquierdo.
7ª Los dedos de los pies casi iguales.
8ª En el dedo menor del pie derecho tiene una verruga que a veces le
crece apareciendo como un sexto dedo.
9ª El empeine muy alto y elevado.
10ª Sobre una espalda una señal del tamaño de un vintem de Portugal.
11ª En la espalda derecha, cerca del cuello, una señal negra del
tamaño de una uña pequeña.
12ª Tiene pecas en el rostro y las manos, apenas aparentes, por lo que
quien no las conoce apenas las podrá distinguir.
13ª El cuerpo de la parte izquierda es más corto que el de la derecha,
de manera que coja sin que se le note.
14ª Le falta un diente del lado derecho de la quijada inferior.
15ª Una marca secreta.
16ª Además tiene una señal muy secreta que se dirá cuando sea preciso.
Aparte de estas muestras secretas, tiene varias otras que se pueden
ver como los dedos de la mano largos y las uñas también. El belfo austriaco,
como su abuelo el Emperador Carlos V, padre de su madre, y su abuela Doña
Catalina, reina de Portugal, madre de su padre y hermana del dicho Carlos V.
Todas estas señales son de nacimiento.
Tiene, además, una marca de arcabuzazo que le fue hecha en la batalla
de África.
Otra señal de herida en la cabeza.
Otra sobre la ceja izquierda.
A continuación es sometido a un
interrogatorio exhaustivo y a un reconocimiento de vista de las personas que se
encuentran en Roma y que habían conocido en Portugal al Rey. El examen que
realiza
la Curia
es completo y positivo y queda plenamente probada la personalidad del Rey pero
la presión de los cardenales españoles es muy fuerte y acaba prevaleciendo la
razón política a la razón moral y se niega a levantarle el voto
alegando que no quiere conflictos entre los
príncipes cristianos, que Felipe II es viejo, que espere, por tanto, a que se
cumplan los 20 años del voto, esperando a que en el tiempo que falta muera
Felipe II y pueda pedir la devolución de
su Reino sin los problemas que
significaría entonces enfrentarse al Rey.
D. Sebastián tiene tan sólo
treinta y un años, está en la plenitud de su vida y por tanto puede esperar a
que pasen los trece años que faltan para terminar el plazo jurado en el voto.
Felipe II en cambio tiene cincuenta y ocho años, esto es, viejísimo para la
época, pues entonces nadie podría suponer que aun habría de vivir hasta el año
1598.
Los cardenales españoles se
habían opuesto rotundamente al levantamiento del voto alegando que ello
implicaría enemistar a la
Santa Sede con España, la principal potencia católica. El
Papa, anciano, no tenía fuerzas para asumir tanta responsabilidad y como veía
próximo su fin pensó era mejor dar largas al asunto y, en todo caso, dejar la
solución en manos de su sucesor que presentía muy próximo. No existe ninguna
prueba de que el Pontífice fuese
asesinado por los agentes españoles ante el peligro de que reconociese al rey
D. Sebastián, aunque el pueblo romano, siempre murmurador, dio por hecho cierto
el envenenamiento del Pontífice. El mismo D. Sebastián tiene que extremar las
precauciones pues Marco Tulio teme que los agentes españoles en Roma asesinen
al Rey.
Estando en Roma D. Sebastián
en estas cuestiones, fallece el Papa Gregorio XIII y le sucede en el
pontificado Sixto V.
D. Sebastián pensó que podría conseguir del nuevo Pontífice la
dispensa de su voto puesto que la probanza que era lo más largo y engorroso ya
se había realizado y figuraba en el expediente abierto por la Curia en el Vaticano y
permanece en Roma con este propósito.
Este Pontífice obliga a D. Sebastián a mantener su voto por los mismos
motivos del anterior: no quiere conflictos entre príncipes cristianos.
En realidad, el astuto Pontífice a pesar de su animadversión por
Felipe II, no le levanta el voto por considerar que Dª Ana de Austria es un
buen partido para su sobrino nieto, el joven príncipe de Benafro, Miguel
Peretti, nieto de su hermana Camila. Hace las gestiones ante Felipe II para
casarle con Dª Ana, pero Felipe II, que no puede ver al Pontífice, se opuso a
ese matrimonio y obligó a profesar a su
sobrina como monja en el convento donde vivía desde niña de Madrigal. .
D. Sebastián perdió la esperanza
que un Pontífice le levante el voto ante las negativas de Gregorio XIII
y Sixto V y decide regresar a España y
esperar los trece años que faltan para que se cumpla el plazo jurado.
Durante su estancia en Roma los Farnesio hacen un retrato a D. Sebastián descubierto recientemente que exponemos al final de estas lineas.
En Roma, D. Sebastián había conocido gracias al cardenal Farnesio
a Marco Túlio Catizone hombre diligentísimo y muy estimado de todos
especialmente en la corte del Sumo Pontífice donde lo encontró. Marco Túlio es
el hombre que le abre las puertas en Roma, le presenta a la Curia y, junto a los
Farnesio, al Santo Padre.
Conoce todos los detalles de la
probanza a que es sometido D. Sebastián y por la gran amistad que surge entre
ambos llega a conocer infinidad de datos y detalles que, más adelante, una vez
asesinado D. Sebastián por su tío en Madrigal, le harán hacerse pasar por él,
suplantando su personalidad, lo que acabará costándole la vida.
Es mas adelante, trece años después, en 1598, cuando se han cumplido los
veinte años del voto y ejecutado ya D. Sebastián, cuando el papa Clemente VIII,
Aldobrandini, a petición de Marco Tulio Catizone y de D. Luís de Silva promulga
el primer breve pontificio.
Clemente VIII, como era un hombre muy recto, considera que la Sede Apostólica
podría tener alguna o mucha culpa en el
crimen cometido en D. Sebastián al no haber hecho público el reconocimiento a
que fue sometido en el pontificado de Gregorio XIII, por tanto al morir Felipe
II en el mes de septiembre de 1598 y
siendo ya rey de España su hijo Felipe III, el Papa, a su vuelta del viaje a Ferrara donde había
ido a casar a Felipe III y a su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia con
Margarita de Austria y con Alberto de Austria, boda que se celebraría por poder
de los hermanos españoles ausentes, el Papa accede a la petición que le hace
Marco Túlio Catizone.
No puede pensarse que Marco Tulio se hiciese pasar por D. Sebastián
para obtener el breve.
La Curia romana podría pecar de todo menos de
ingenua. Tras la probanza que efectuó D.
Sebastián ante la Curia
en el pontificado de Gregorio XIII, había quedado perfectamente probado y
demostrado el derecho que tenía a recuperar su reino. Si la Santa Sede se había
opuesto, en los pontificados de Gregorio XIII y Sixto V al levantamiento del
voto, era por motivos estrictamente políticos al no querer enfrentarse con el
monarca más poderoso de la
Cristiandad y que además era el principal sostén de la causa
Católica en el Mundo.
Para emitir el Breve se basa la Curia romana en el
reconocimiento que ya había hecho a D.
Sebastián en el pontificado de Gregorio XIII y en el hecho de haberse cumplido
los veinte años del voto que hizo D. Sebastián de vivir como hombre bajo y que
fue el obstáculo invencible en los pontificados anteriores.
El documento papal se promulga
con fecha de 23 de diciembre de 1598
y aunque no produce el efecto deseado por el
Pontífice que era la devolución del Reino de Portugal a su hija Clara Eugenia,
sirvió al menos para que levantasen la condena a la que habían sometido a Dª
Ana en el proceso y le restituyeran el
trato de Excelencia y la renta de la que la había desposeído su tío
Felipe II.
El breve cayó como una bomba en Madrid. El todopoderoso valido futuro
duque de Lerma y el confesor del nuevo
Rey tuvieron que hacer un tremendo esfuerzo
para convencer a Felipe III que no se podía dar cumplimiento a dicho
breve y devolver el Reino a una niña de 6 años y a una Reina viuda que era
monja y se encontraba presa en un convento cumpliendo la sentencia que se le
impuso en el proceso de Madrigal, y ello
implicaría el deshonor y desprestigio de su padre ante toda Europa al
presentarle como asesino y usurpador del reino de Portugal, con el escándalo
que supondría y el perjuicio que ello ocasionaría a la causa católica.
Desde 1611 en que hacen abadesa de las Huelgas a Dª Ana, ésta inicia
una correspondencia intensa con Roma pero el duque de Lerma bien informado por
sus agentes, desconfía de esa actividad romana
y hace que Felipe III ordene la clausura del proceso como secreto de
Estado, prohibiendo pueda hacerse cualquier tipo de investigación sobre él.
Esta prohibición subsiste hasta mediados del siglo XIX. Felipe III firma la orden de recogida de documentos el
23 de septiembre de 1615.
Esta clausura de documentos realizada por Felipe III explica el
desconocimiento del proceso por los
portugueses. Esta es la causa por la que se han limitado a recoger en
sus escritos la propaganda oficial del gobierno español sobre el caso sin
entrar en mayores averiguaciones.
Toda la propaganda oficial del gobierno español asocia desde entonces
los casos claros de impostores con el crimen del auténtico D. Sebastián que durante siglos no podrá ser
investigado por ser materia reservada del Estado español. Cabría preguntarse entonces que si el Estado español
consideraba el caso del “pastelero de Madrigal” como un fraude ¿porqué lo
declaró materia reservada prohibiendo su investigación?.
El Papa Paulo V es un hombre recto, jurisconsulto y abogado de carrera
tiene un profundo respeto al Derecho.
El Cardenal Zapata y el
Cardenal Farnesio le hacen ver el derecho que asiste a Clara Eugenia a
recuperar el trono de Portugal, le hacen ver la injusticia cometida por Felipe
III al no obedecer lo dispuesto en el
breve del anterior Pontífice Clemente VIII. Le muestran el original que habían
llevado a Roma los agentes Bernardino de
Toro y Mateo Vázquez y le convencen también en
reabrir el expediente existente en el Vaticano con todas los documentos
justificativos de las pruebas a que fue sometido D. Sebastián en su visita a
Roma en el pontificado de Gregorio XIII y así consiguen que promulgue un
segundo Breve tan importante como el primero
y jurídicamente perfecto de fecha
17 de marzo de 1617:
Este segundo Breve fue un golpe fatal para el pobre Felipe III que
viviría, lo que le quedó de vida, angustiado y falleció atormentado por la angustia
de su segura condena en 1621
, sin que le sirviesen los consuelos del
padre Aliaga, su confesor, ni de los demás religiosos que le asistieron en su
agonía.
Felipe III, buena persona y de conciencia delicada tiene una muerte llena de temor y
angustia volviéndose en su lecho cara a la pared cada vez que el padre Aliaga
entraba en la habitación y al que había recriminado de la cuenta que había
hecho con su alma.
Pasan los años y Dª Ana decide huir de las Huelgas tras renunciar a
ser Abadesa perpetua. Marcha a Roma donde ocupa la sede apostólica Urbano VIII,
Barberini, enemigo manifiesto de España y que con su Nuncio Bagno conseguiría
aunar en plena guerra de los treinta años a todas las naciones europeas
católicas y protestantes en contra de España y Austria.
El 20 de octubre de 1630 Urbano
VIII promulga el tercer Breve pontificio redactado con toda la dureza y
realismo que le caracteriza ordenando a Felipe IV a devolver el Reino de
Portugal a los descendientes de D. Sebastián “por tener mujer e hijos”.